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El concepto “belleza”, y los elementos que construyen su ideal, se ha transformado a lo largo del tiempo. En un sistema capitalista de acumulación ilimitada, dice el investigador Leonardo Murolo, lo bello es mercancía y objeto, es un factor de producción, reproducción y sostenimiento, y por todo eso es algo deseable. En otras palabras, la belleza es un capital que ponemos a jugar, pero relacionada con una construcción de estereotipos naturalizada que designa un modelo a seguir y un camino a la perfección que nunca termina. Siguiendo a Murolo, existe una regulación estética que el mercado sostiene en la publicidad, la moda, el marketing y los medios de comunicación. Regulación que no podría sostenerse sin una aceptación de la sociedad: lógicamente, necesitamos pertenecer a una comunidad y queremos constituirnos como sujetos deseables. Según el investigador, este mandato de belleza, como muchas otras imposiciones morales, recae principalmente sobre las mujeres. 

El cuerpo no es un territorio único y singular de cada persona, sino que es además una construcción social que se da en interacción con otras personas. Esta interacción se inscribe en expectativas, normas y mandatos sobre lo que se considera bello, saludable, normal, etcétera. El Cuadernillo de sensibilización sobre temáticas de diversidad corporal gorda” del Ministerio de las Mujeres Géneros y Diversidad de la provincia de Buenos Aires (Argentina) establece que la violencia estética es el mandato de encarnar a toda costa los patrones estéticos que asocian lo bello a lo delgado, con discursos que se sostienen en la industria de la moda, la publicidad y el mercado cosmético. Nuestro cuerpo debe encarnar esas normas para pertenecer, y en una dinámica de redes sociales, exhibirlas. Por ejemplo, los filtros (una de las características más populares de Snapchat) fueron incluidos en Instagram a principios de 2017: la red social los presentó como “una forma sencilla de convertir un selfie corriente en algo gracioso y ameno”. Sin embargo, si al principio propusieron orejas de animales, los filtros luego empezaron a suavizar la piel hasta borrar cualquier “imperfección”, a afinar la nariz, agrandar los labios y maquillar, marcando un tipo de rostro como tendencia. 

El cuerpo femenino es el territorio donde este mensaje de homogeneización busca anclarse. Las imágenes en las redes presentan a mujeres muy parecidas (demasiado) entre sí, eliminando una característica fundamental de la humanidad que es la diversidad. En el caso argentino, estamos entre los países donde se practican más operaciones estéticas, según datos de la Sociedad Internacional de la Cirugía Plástica. El debate de esta problemática tuvo un punto de inflexión con el fallecimiento de Silvina Luna, modelo y actriz argentina, luego de diez años de problemas de salud tras realizarse una cirugía estética en 2011, en un caso de mala praxis. Tras su muerte, empezaron a circular mensajes que, con un tono individualista y descontextualizado, proponían que las mujeres "se amen" y "amen su cuerpo", incluso aunque el mismo sea motivo de humillaciones, marginaciones y violencias. La actriz y activista trans Flor de la V, quien tuvo que dar la noticia en vivo, escribió luego: “Incluso sabiendo cuál es la trampa, es muy difícil no caer en ella. Mientras tanto, en lo inmediato, la muerte de Silvina debería servir para que el Estado ponga la lupa sobre cómo regula a los profesionales que se dedican a estas prácticas y a los lugares sin habilitación, donde se realizan tantos procedimientos estéticos sin control”.

“Internet nos recluta para la construcción y manipulación de nuestras propias imágenes”

En el espacio de Internet, como en el resto de la sociedad, se expresan las desigualdades de género. La violencia digital sobre las mujeres se vislumbra en la brecha de género que existe en el proceso de toma de decisiones y el acceso a las tecnologías de información y comunicaciones (TIC). También se evidencia en situaciones como el control de nuestra actividad en línea, la difusión de fotografías o videos íntimos sin consentimiento, los discursos de odio hacia las mujeres, la creación de perfiles falsos usurpando la identidad digital, la difusión de imágenes falsas, el hostigamiento mediante el uso de tecnologías para atemorizar o intimidar, lo que se acrecienta en el caso de aquellas que deciden participar en política, entre otras situaciones. En este terreno de hipermediatización, la violencia estética también se articula, como mencionamos anteriormente.

Amanda Hess, crítica de la sección cultura del New York Times, escribió sobre los modos en que la toxina botulínica -cuya marca más reconocida es Botox- se inserta como expectativa en la vida de las mujeres, condenadas a no mostrar el paso del tiempo en su piel como medida de éxito. La periodista señala que Internet nos recluta para la construcción y manipulación de nuestras propias imágenes, sea con filtros, con retoques o con intervenciones quirúrgicas. Al mismo tiempo, Hess señala que las redes sociales han desmitificado los procedimientos de cirugía plástica: en las redes sociales vemos planes para adelgazar rápidamente, eliminar las líneas de expresión y las arrugas, sumado a las cuentas que muestran sorprendentes “antes y después” de las cirugías. Probablemente, todas conocemos mujeres que lo hicieron o están pensando en hacerlo, si es que no somos nosotras mismas.

En este sentido, se trata de una cuestión política que puede llevar a la desmovilización de las mujeres, y que en muchas ocasiones las lleva a invertir su energía, tiempo y dinero (intervenciones, cremas, depilación, peluquería, uñas esculpidas) en perseguir un modelo de belleza siempre inalcanzable, que se fundamenta en criterios sexistas, racistas, gordofóbicos y gerontofóbicos. ¿Cómo impacta el uso de filtros en la imagen corporal? Esto es lo que se pregunta la organización de reflexión feminista de políticas de Internet GenderIT. ¿Buscamos intencionalmente corregir aspectos de nuestra imagen que no nos gustan?, ¿aplicamos estas máscaras de manera ocasional?... ¿O nos escondemos tras ellas en todas las fotos que subimos?

Fortalecer redes feministas en línea

Las redes sociales no podrían funcionar sin nuestra necesidad de pertenecer y construir comunidad. Las exigencias de una sociedad que estima el valor de las mujeres en relación a su apariencia física se trasladan a las narrativas digitales: los canales tradicionales donde circulan estos cánones (los medios de comunicación, la publicidad, el cine) se amplifican en las redes. Y, como sostiene GenderIT, cada plataforma virtual y ámbito de interacción digital refuerza los pilares del machismo. No alcanza con una actitud crítica de la forma en que nos exhibimos en las redes ni con dejar de seguir y silenciar contenidos que nos violentan, ni siquiera con pensar que la solución está en nuestra aceptación y amor propio: el mecanismo funciona más allá de nuestro consentimiento. Sin embargo, esto no nos convierte en víctimas. Por el contrario, nos invita al desafío de ser usuarias en un mundo digital -también patriarcal-, donde podamos validar nuestras experiencias, roles y sentires como mujeres reconociendo y celebrando la diversidad. 

El documento Principios feministas para internet desarrollado a partir de encuentros entre militantes, activistas y organizaciones del movimiento LGTBI+ promovidos por la Asociación para el Progreso de las Comunicaciones (APC) establece no sólo la necesidad del acceso universal, irrestricto e igualitario a Internet, sino que también pone sobre la mesa la dimensión de la agencia. La agencia es nuestra capacidad de construir autonomía incluso en situaciones hostiles. Es nuestro potencial político transformador, nuestra posibilidad de decidir qué aspectos politizar en Internet. Los modos en que el capitalismo neoliberal gobierna este espacio, su relación con el control de los cuerpos, la sexualidad y las expectativas de las mujeres, es una problemática que urge discutir.

Las redes sociales son herramientas muy poderosas para nutrirnos, pueden darnos información que no encontramos en otros espacios y tender puentes para la organización política. Necesitamos fortalecer redes feministas online para utilizarlas a nuestro favor, no ya para juzgar a quienes optan por los retoques o las intervenciones estéticas, sino para reflexionar sobre las tendencias que se imponen de manera global y sobre quiénes se llevan las ganancias por las inseguridades que promueven sobre nuestros cuerpos. Las redes son un espacio para amplificar discursos feministas que visibilicen la experiencia de las mujeres y el colectivo LGBTI+ en su diversidad y defiendan nuestro derecho a una vida libre de violencias. Como otros espacios de debate público, es necesario pensarlas como un espacio de intervención política con potencial de contribuir a transformar las desigualdades de género.

Ilustración: Camil Camarero

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