El glamour de Alexa o la fantasía del control

Desde el norte me cuentan que lo que ahora pega en las festividades del consumo es regalarse un asistente de voz. O debería decir: una asistente. Estos artefactos, comercializados por amazon o google, son altavoces para poner en casa, y están llenos de micrófonos. Son lo último en esmartificación, y tienen nombre casi siempre de mujer.

Los del marketing quieren esmartificarnos las casas, o sea, volverlas "inteligentes" con estos dispositivos que están siempre a la escucha, día y noche, grabando lo que decimos, pendientes de que digamos su nombre para hacer algo. Pretenden escuchar y entender nuestros deseos y realizar lo que les pedimos. Para ello tienen que enviar nuestras grabaciones a sus centros de datos. Me parece que los listos son ellos.

Las Alexas se comunican, además, con otros dispositivos modernos. Aspiradoras, calefacción, luces, o repartidores de pizza: “Alexa, ponme la música de los ochenta”; “Alexa, acabo de llegar del laburo y estoy agotada, pedime comida para el perro y por favor, calculá cuántos gramos son seis onzas de harina, que no me aclaro con estas recetas globalizadas”.

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